Por Mariana Vásquez, Universidad El Bosque, Colombia

CONTROL Y DOMINIO. La pandemia y la violencia de género en América Latina: México y Colombia

En la era previa al COVID-19, la violencia intrafamiliar y las violencias de género existían y estaban siendo visibilizadas y denunciadas ampliamente por activistas de todas partes. Las mujeres se hacían cargo de más o menos el 80% de las labores de cuidado no remuneradas en Latinoamérica, de acuerdo con cifras de ONU Mujeres. Los indicadores de violencia de género y la relación de estas cifras, con la acción efectiva de los Estados para hacer justicia y asumir la situación, llevaron al mundo a mirar el grito de América Latina frente al llamado de las organizaciones de mujeres. 

La violencia: otra pandemia
8M en el zócalo de la Ciudad de México. Fotografía Santiago Arau

La revolución brillantina que sacudió a México en agosto del 2019 sirvió como ejemplo para fortalecer los movimientos en otros países. En noviembre de ese mismo año una colectiva chilena puso a circular en medio de un gigantesco paro nacional una performance que le dio la vuelta al mundo titulado: Un violador en mi camino. Desde Chile hasta Japón, pasando por Europa y América del Norte, las mujeres viralizaron una denuncia que continua sin tener una respuesta estatal en la mayoría de los países del continente americano. 

Pero entonces, apareció el Coronavirus. La emergencia sanitaria mundial puso a los gobiernos de todo el planeta a repensar sus conceptos de seguridad, a revisar su capacidad de respuesta en sistemas que creía controlados como la salud y la educación. Sin embargo, lejos de tener el control, la necesidad del distanciamiento social asumido por muchos países como una cuarentena obligatoria, reveló las grandes desigualdades que existen en países como los nuestros, en casi todos los ámbitos de la seguridad social y sobre todo para las personas más vulnerables, entre ellas, por supuesto, las mujeres.

El confinamiento para prevenir el contagio del COVID-19 encerró dentro del hogar las labores de cuidado, educación, socialización y trabajo productivo. Todo, al mismo tiempo, bajo estrictas normas de permanencia al interior de ese pequeño espacio y bajo la amenaza invisible de un organismo asesino. Es así como la visibilización alcanzada hasta el 2019 de las violencias de género se volvió a encerrar, no se pensó dentro de la estrategia de salvaguardar a la población y se abrieron nuevos escenarios para reforzar las conductas violentas, dificultando en estas circunstancias la posibilidad de denuncia.

México y Colombia son referentes importantes para revisar las acciones del Estado en respuesta a más del 50% de su población que está siendo afectada por estas violencias y que han evidenciado un incremento de denuncias a través sobre todo de las líneas de ayuda. 

En un mundo en el que como dice Judith Butler en su libro Marcos de guerra: “Si ciertas vidas no se califican como vidas, o desde el principio, no son concebibles como vidas dentro de ciertos marcos epistemológicos, tales vidas nunca se considerarán vividas ni perdidas en el sentido pleno de ambas palabras”(Butler, 2017): ¿cómo mantener la fuerza de las exigencias de los movimientos feministas del 2019 en la era post-COVID-19?, ¿cómo lograr que las mujeres no entren al 2021 nuevamente como víctimas, como daño colateral de la pandemia?