¿Los extremos se tocan?: el Paro Internacional Feminista en Argentina y México.

(Publicado el 11 de marzo 2020 en https://latfem.org/)

MARIANA PALUMBO Y ANA LAURA AZPARREN marzo 11, 2020

El movimiento feminista argentino, desde el año 2015 con el Movimiento Ni Una Menos y desde el 2018 con el debate por la legalización del aborto, se masificó. Su lucha se volvió referente regional para pensar los feminismos de la región y el mundo. El recientemente elegido gobierno de Alberto Fernández dio respuesta a las demandas de la agenda feminista y creó por primera vez un Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, a la vez que anunció que enviaría al Congreso un proyecto de ley para legalizar el aborto.

En México, donde el hartazgo parecía no llegar, el año pasado ante el abuso sexual por parte de cuatro policías a una joven cuando regresaba de su casa por la madrugada fue la mecha que hizo que las jóvenes, en coro y con rabia, dijeran basta. Basta de que mueran, en promedio, 10 mujeres de todas las edades por día. Basta de una violencia estructural que coerciona sin cesar. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) permitió después de más de siete décadas de PRI-PAN oxigenar la democracia. Las promesas incumplidas y la falta de empatía del propio presidente en relación con cuestiones de género tienen hoy en este nuevo régimen un lugar para la demanda. Sin caer en el debate pro o anti AMLO, que comienza de a poco a despertar y a agrietar a los sectores medios cómodos y reticentes, el punto central es su no obstaculización en la lucha. Su no intervención en contra de la aprobación de la despenalización del aborto en el estado de Oaxaca y que existan feministas en puestos nodales de intervención de política son muestra de ello. 

Desde una lectura política, sin caer en comparaciones forzadas y teniendo en cuenta lo diferente de cada contexto, nos preguntamos cuáles son los puntos de contacto respecto al nivel de organización feminista, los tipos de violencia y las posibilidades de vehiculización de demandas en estos dos países respecto al Estado. Sobre esto nos proponemos reflexionar dos feministas argentinas que vivimos y militamos en los dos extremos de América latina. 

La misma vitalidad, un nuevo contexto político 

¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos! ¡Aborto libre y gratuito, que sea ley! El IV Paro Internacional Feminista en Argentina constituyó el primero en realizarse bajo un nuevo contexto político en el país, gobernado hasta el 9 de diciembre pasado por la Alianza Cambiemos y sus políticas de ajuste y endeudamiento, que empeoraron dramáticamente las condiciones de vida de las mujeres cis y la población trans. 

Las jornadas del 8 y 9 de marzo pusieron en evidencia un movimiento feminista con altos niveles de organización y vitalidad, y crecientemente popular. Desde el domingo 8 de marzo se realizaron marchas y actividades en distintos barrios, dando cuenta de cómo el feminismo va impregnando cada uno de los rincones del país. Un feminismo que surge desde los territorios y se articula con las experiencias de lucha históricas de los barrios populares, que conforma redes y articula demandas. En Villa Soldati, por ejemplo, la Red Feminista realizó una caravana bajo la consigna: “Este 8M paramos el mundo, movemos el barrio”, en la que participaron distintos colectivos de mujeres y feministas que recorrieron las calles de Soldati y recordaron a las víctimas de femicidio del barrio, a la vez que reclamaron por más y mejores condiciones de trabajo.

El lunes 9 de marzo la adhesión al Paro y la movilización de mujeres cis y trans, travestis, lesbianas, bisexuales y no binaries fue contundente. Las consignas de la movilización tuvieron como ejes principales el fin de la violencia machista, la legalización del aborto y contra la desigualdad de género, principalmente en lo que refiere a la distribución de tareas de cuidado.  

Los colores verde y violeta -más verde que violeta esta vez- volvieron a impregnar cada rincón de la plaza del Congreso de la Nación, donde al finalizar la movilización se leyó un documento elaborado en las asambleas organizativas, y firmado por un amplio conjunto de organizaciones políticas, sociales, sindicales, de derechos humanos y estudiantiles, bajo la consigna: ¡La deuda es con nosotras y con nosotres!

En un contexto de restricción económica producto del endeudamiento dejado por el gobierno de Mauricio Macri, el IV Paro Internacional Feminista hizo foco en Argentina en las deudas de la democracia para con las mujeres cis y trans, travestis, lesbianas, bisexuales y no binaries. La primera de esas deudas es la violencia machista, que se recrudeció en los días previos a la movilización, arrojando un saldo de más femicidios y travesticidios que días en lo que va del 2020. La segunda gran deuda es con el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas. En este sentido, el Paro tuvo lugar después de que el presidente Alberto Fernández anunciara en el inicio de sesiones legislativas del 1 de marzo el envío al Congreso de la Nación de un proyecto para legalizar el aborto. Una tercera deuda es el reconocimiento de las tareas de cuidado, que implican una doble y hasta triple jornada laboral para las mujeres e identidades feminizadas, y cuyo impacto resonó fuerte ante la contundente adhesión al Paro Feminista. Con el objetivo de visibilizar esta demanda, en la semana previa al Paro el recientemente creado Ministerio Nacional de las Mujeres, Géneros y Diversidad, en articulación con el Ministerio de Cultura, organizó distintas actividades culturales y sociales en el Centro Cultural Kirchner bajo la consigna “Nosotras movemos el mundo”. 

De esta forma, el Movimiento feminista argentino vuelve a organizarse en torno a amplias y diversas demandas, que no sólo focalizan en la violencia de género, sino que incluyen el cuestionamiento al nudo crítico de la desigualdad: la distribución de las tareas de cuidado, la brecha salarial y la autonomía sobre los cuerpos. Este “transfeminismo unido, popular, antirracista, antibiologicista, accesible e inclusivo”, como refiere el Documento de cierre de la movilización, se muestra tan vital como en las movilizaciones del Movimiento Ni Una menos en 2015 y por el aborto legal, seguro y gratuito en 2018, en un nuevo contexto político, mucho más favorable para que estas demandas se vuelvan políticas de Estado. 

¡No más sangre de mi carne!

¡Ni una más, ni una más, ni una asesinada más! Se escuchaba en los 3 kilómetros de marcha de la Ciudad de México, que fueron desde el monumento a la Revolución al Zócalo capitalino. Las jornadas del 8 y 9 de marzo quedarán guardadas en la historia de movilización social de este país. La masiva manifestación del 8M, en la que hubo según los medios de comunicación entre ochenta mil o cien mil mujeres que se hicieron presentes, pero que todas las que estuvimos allí sabemos que hubo entre un cuarto y medio millón de cuerpos femeninos, tuvo como contraparte un día lunes de paro con escasa presencia femenina en los trabajos y espacios públicos. 

El 8M fue un estado paréntesis en el andar por la ciudad. Cualquier identidad no cis masculina que habita o transita por la Ciudad de México puede experimentar en primera persona los niveles de violencia de género con los que aprendemos a vivir y las múltiples estrategias que desarrollamos para pasar lo más desapercibidas que podamos. Ese día miles de mujeres cis, varones y mujeres trans y personas no binaries llenamos de colores y canciones el espacio público. 

La demanda central que aglutinó a las manifestantes fue contra la violencia machista. “Sin nosotras no hay futuro”, decía la pancarta de una niña de ocho años subida a los hombros de su mamá, y las fuentes de agua que ornamentan el centro histórico teñidas de color rojo nos hacían entrar por los cinco sentidos el hartazgo que existe en este país ante la violencia de género. Desde 1993 con las muertas de Juárez y hasta hoy, con lo escalofriante y espectacularizante de los asesinatos de Ingrid y de Fátima, una niña de siete años, nos hablan de una historia de feminicidios que no para de aumentar. El aumento de los feminicidios no se explica sólo desde visiones miopes que apuntan a dimensiones económicas, sino que se conjuga con un altísimo grado de descreimiento en las instituciones por parte de la sociedad civil, un casi nulo trabajo con las identidad masculinas por parte del Estado y un fuerte backlash masculino contra las demandas feministas. 

Esta demanda contra la no violencia se puede resumir en uno de los tres colores que vistieron la marcha, junto con el verde y el rosa, el violeta. Las mujeres con sus remeras, gorras y cintas violetas se fundían dentro de una ciudad repleta de jacarandás florecidos. A este color se le sumaban los pañuelos verdes creados por la Campaña nacional por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito de Argentina. Si bien la Ciudad de México tiene aborto legal desde el 2007, el uso de esta pañoleta representa la solidaridad feminista chilanga con otros estados del país y con la mayoría de los países de América Latina donde está penalizado. Un tercer color, novedoso en esta manifestación, fue el rosa. Dado el fuerte carácter trans excluyente del movimiento feminista mexicano (TERF), un pequeño sector del feminismo que se piensa con las identidades no cis propuso que llevaramos una cinta rosa para que elles sepan que ante cualquier eventualidad de violencia por parte del feminismo TERF podían concurrir con nosotras. 

Las demanda por los deseos y la estética glitteriana tuvo un lugar secundario, en contraposición a la demanda contra la no violencia. Primaron los rostros pintados con la forma de una mano llena de sangre y carteles que piden expresamente que no nos maten. 

La violencia, a diferencia de lo que sucedió el 9M en la Ciudad de Buenos Aires, es uno de los instrumentos de demanda por parte de grupos feministas. Colectivos de jóvenes de secundarias, preparatorias y los primeros años de licenciatura optan por llevar a cabo acciones directas contra edificios públicos y la policía, que en el caso de las manifestaciones feministas son siempre mujeres. Las “encapuchadas” tal como son nombradas, dado que van con sus rostros tapados, eran por momento apoyadas por parte de otras manifestantes al grito de “fuimos todas”, mientras que en otros casos les cantaban “no violencia”. 

En relación con el papel de los varones es expreso el pedido de los feminismos mexicanos de que marchen detrás de los contingentes, a la vez que es muy notoria la resistencia masculina cis a acatar dicho mensaje. Por otra parte, previo a la marcha hubo varones que incitaron, a través de redes sociales, a quemar con ácido a las “feminazis” y luego de la manifestación, en calles aledañas, algunos atacaron físicamente y verbalmente a manifestantes. 

El movimiento feminista mexicano parte del esencialismo de pensar a las mujeres cis como el sujeto feminista por excelencia y no tiene un horizonte de organización política articulado. Fue una marcha emotiva y movilizante, de encuentro y cuidado. Ante posibles corridas, se levantaban los puños en alto y el silencio imperaba en la caótica ciudad. Lo que primó fue la organización entre amigas, conocidas que se juntaban y marchaban juntas, muchas por primera vez en sus vidas. A la vez que fue una manifestación pública sin demandas claras hacia el Estado, donde no se leyó ningún documento ni hubo un acto de cierre. 

La espontaneidad del reclamo y la falta de organización en el caso mexicano nos lleva a la pregunta por el mañana, ¿cómo vehiculizar demandas? ¿cómo articular políticamente?, ante una sociedad civil que no cree y detesta las instituciones de gobierno. Si bien el zapatismo sigue siendo una posibilidad potente para repensar en México otras formas de organización, ¿cómo llevar eso a la escena nacional?

En el caso argentino, el nuevo contexto político nos obliga a reflexionar sobre nuevas formas de mantener la frágil unidad del movimiento feminista, así como nuevas estrategias para construir un feminismo cada vez más popular. En un contexto de creciente institucionalización de las demandas feministas, ¿cómo lograr que dicha institucionalización no implique la pérdida de vitalidad del movimiento?

Mirar y pensar ambos extremos de América Latina y el Caribe de manera comparativa –aunque siempre atendiendo a las especificidades de cada país– podrá arrojarnos algunas respuestas a estas preguntas.-